Smoking Room


Smoking Room (2002, España) es una sórdida delicia.

El mensaje del filme es simple: estamos podridos por dentro, somos egoístas, más que nada mediocres, a ultranza mezquinos, detrás de los trajes y las corbatas no hay más que una recua de roñosos especimenes, y nuestro origen no es otra cosa que la miseria.

El filme parece ser estricta, rigurosamente realista, pero a fuerza de realismo, alcanza un cierto nivel fantástico, casi cortazariano. Todo comienza con una nada: en una oficina española (cuyos dueños son norteamericanos) se ha prohibido fumar dentro de las instalaciones. Razón por la cuál uno de los empleados se empeña en recolectar firmas para exigir la implementación de un smoking room, un cuarto para fumar. En este proceso, la vileza interior de cada uno de los empleados –perfectamente españoles– se desovilla como una larga serpiente.

Todo esto, además, amparado por una poética asfixiante del espacio, pequeños cuartos en dónde se gestan susurrantes complots y patéticas histerias, y en dónde el hedor humano se amplifica como en una novela de Dostoievski. Hay tanto espacio concentrado aquí, está todo tan a puerta cerrada, que el tiempo deja de durar, se queda afuera, allá en el mundo exterior, en dónde por cierto sí se puede fumar, o jugar fútbol. Las tomas cerradas, psicológicas, enfatizan el apretamiento del espacio, el agujero negro de estos recintos burócratas, en dónde los sentimientos más ruines se extienden como inercias gravitacionales.

Realmente, no se necesitan de grandes y extravagantes locaciones para hacer una buena película. Eso lo demuestra ampliamente Smoking Room. Lo que sí tiene esta obra es un trabajo actoral inexpugnable. La dirección y el guión recae sobre dos personas: J.D.Wallovitz (publicista, según sé) y Roger Gual. Fue grabada en digital y transferida a 35 mm. Ganó el Goya en el año 2002.

Muestra de cine puro y duro, Smoking Room tiene la misma honestidad de una película de Lars Von Trier. Es como leer a Céline, quién no deja de ser hasta la fecha uno de los más excelsos aforistas franceses: “Lo que mejor nos guía aún es el olor de la mierda”.


(Columna publicada el 12 de abril de 2005.)

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Como periodista, trabaja actualmente para los diarios locales El Siglo XXI y El Periódico, en donde desde el 2002 escribe una columna semanal (Buscando a Syd), y donde también trabajó durante varios años en la sección cultural. Asimismo mantuvo columnas permanentes de opinión de cine y literatura en los diarios El Quetzalteco y La República, y ha colaborado en diversas revistas, fanzines y publicaciones del medio.
 
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