Perdidos en Tokio

Una historia simple en un escenario alucinante. De la película anterior de Sofia Coppola (The virgin suicides, 1999) se podría decir justamente lo contrario: una historia alucinante en un escenario simple.

Aparte de creadora funcional, esta directora es más bien joven, ganadora del Oscar en el rubro de mejor guión original, y con una sensibilidad que la distingue, por ejemplo, de su padre.

Perdidos en Tokio es el relato de una relación inocente. Más fácil es describir una relación complicada, uno de esos thrillers amorosos de torcidas volutas psicológicas y pliegues con sabor a sexo y sangre. Pero aquí no hay ni sexo ni sangre, lo cuál, insisto, es más difícil, porque entonces el filme no reposa en cualquier exceso drámatico, ese confort, sino en la manera en que está contada la historia y en los pequeños detalles.

Perdidos en Tokio refiere de esa cuenta el encuentro de un hombre de familia (Bill Murray) que viaja a Tokio por motivos de trabajo (sucede que es, o fue, un actor famoso) y una (apenas o casi) mujer (Scarlett Johansson), que a la vez viaja a Tokio por motivos de trabajo, pero por el trabajo del esposo.

Tanto ella como él están casados, y sin embargo emprenden por unos días un intercambio tierno, libre, sin exageraciones. La película levanta preguntas muy humanas sobre el adulterio honesto y el amor intergeneracional. ¿Es posible amar más allá de las edades, sin morbos ni aprendidos pudores?

La elección de elenco es prueba de tino y juicio cinematográfico. Bill Murray nos agrada, cuando no siempre nos había agradado antes, y diríamos que este posible comeback sublima y al menos justifica su carrera. Por su parte, Scarlett Johannsson responde perfectamente a su rol.

También nos intriga el escenario, como ya dijimos, alucinante. El Tokio en donde coagulan miles de fogonazos publicitarios, rótulos que no sabemos leer, el Tokio espectacular de los arcades, las streapers, el manga, el karoake, los hoteles formales de la tecnología, y los millones de japoneses perorando en la ciudad. Ocasionalmente, un templo budista.


(Columna publicada el 1 de mayo de 2004.)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

y además, Kevin Shields, un soundtrack impresionante, alucinante

Maurice Echeverría dijo...

Ah sí, la música, es cierto. m.

Como periodista, trabaja actualmente para los diarios locales El Siglo XXI y El Periódico, en donde desde el 2002 escribe una columna semanal (Buscando a Syd), y donde también trabajó durante varios años en la sección cultural. Asimismo mantuvo columnas permanentes de opinión de cine y literatura en los diarios El Quetzalteco y La República, y ha colaborado en diversas revistas, fanzines y publicaciones del medio.
 
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