Mar adentro


Con ese título –pareciera colocado allí por un poeta de la generación del 27–Amenábar nos presenta la historia (real) de Ramón Sampedro, muerto vía eutanasia, convirtiéndose en el acto en un poderoso portavoz de la muerte asistida. Un caso interesantísimo: Sampedro reclama con perfecta serenidad y lucidez su derecho a la muerte, luego de 29 nuevos años de tolerar la más absoluta inmovilidad física. Una película en donde lo muy ideológico y lo muy poético no se excluyen para nada.

La gente suele decir, con toda la ingenuidad del caso: “A mí no me da miedo la muerte; lo que me da miedo es la espera, es la agonía”. Pues justamente eso es la muerte: la espera, la agonía. Lo demás es el cielo, lo consumado, o la nada. Todos estados muy reconfortantes, pues incluyen una seguridad radical. Pero la muerte real es el trance doloroso, de sí. Algunas veces tan doloroso que cabe preguntarse si no tenemos todo el sagrado derecho de precipitarlo, de evitar la decadencia, de reunir una última nobleza.

Amenábar consigue una síntesis de belleza, y no esa confusa ambición que quiso vendernos en Abre los ojos.

Javier Bardem le dio a su actuación alas. Ese Ramón Sampedro suyo tiene alas. De pronto vuela. Y para eso tuvo que meterse hondo, sumergirse a regiones muy pesadas. En principio, cada día tuvo que soportar cinco horas de maquillaje. Pero eso es sólo lo superficial y lo epidérmico. Lo difícil fue encarnar a este personaje cuyo mayor anhelo e ilusión era la muerte.

La eutanasia es un derecho que –a diferencia del suicidio– solamente puede nacer en comunidad. Es un derecho forzosamente gregario, pues necesita al otro para realizarse. En ese sentido, la película no podía tratar solamente sobre Sampedro, sino además contiene fuertemente a las personas que lo rodeaban y rodearon hasta el final, y facultaron su muerte.

La película es firme en su planteamiento, más no agresiva. Una especie de tesis que se sitúa poéticamente por encima del desafío de medirse con su argumento contrario.


(Columna publicada el 15 de marzo de 2005.)

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Como periodista, trabaja actualmente para los diarios locales El Siglo XXI y El Periódico, en donde desde el 2002 escribe una columna semanal (Buscando a Syd), y donde también trabajó durante varios años en la sección cultural. Asimismo mantuvo columnas permanentes de opinión de cine y literatura en los diarios El Quetzalteco y La República, y ha colaborado en diversas revistas, fanzines y publicaciones del medio.
 
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