I, Robot
Leía la otra vez que Asimov no ha tenido mucha suerte en lo que se refiere a adaptaciones, no la misma suerte que han tenido Bradbury o Phillip K. Dick. Es absolutamente cierto. Hoy estamos dominados por la estética K. Dick, y de ello dan cuenta prácticamente todas las películas de ciencia–ficción que se han venido haciendo en los últimos quince años (basten tres ejemplos: Total Recall, Matrix, Minority Report).
Realmente, las interrogantes que impone la inteligencia artificial nos parecen hoy en día poca cosa en comparaciones con las interrogantes que impone la realidad artificial. Por eso es que Phillip K. Dick nos parece mucho más actual que Asimov.
Pero pasando eso por alto, I, Robot puede complacer a más de un amante de la ciencia–ficción. Yo en lo particular soy un amante del género, y espero cada nueva película de sci–fi con la anticipación con la cuál un niño espera la ubre de su nana. Incluso me tomé la molestia de ver la otra vez por la tele esa película tan deplorable, el Episodio II de Star Wars. Malísima. Pero allí me tenían viéndola.
Para representar al policía encargado de descubrir la dilatada conspiración de robots que amenaza a la humanidad, se contrató al siempre versátil y funcional Will Smith, que cumple sin gloria un papel que ciertamente le hubiese calzado mejor a otros actores, quizá a Denzel Washington, si moreno lo querían. Como ya dije, Will Smith es siempre versátil y siempre funcional, pero aquí nos da la impresión de que está haciendo algo que ya sabe hacer, es decir que está repitiendo, que está –oportuna expresión– robotizando su actuación.
La trama del filme, inspirado en el libro de Asimov, es particularmente sugerente. Convivimos con los robots pacíficamente, todos en la tierra felices porque los robots son nuestros mandaderos infalibles. Pero un día adviene un suicidio dudoso. Se ha suicidado el científico máximo de la robótica, el mismo que ha creado las Tres Leyes, regulaciones que relegan a los robots a un plano inferior al de los humanos. En realidad no se ha suicidado: fue asesinado. A partir de allí, la historia no hace más que confirmar esa frase de Goya que dice que los sueños de la razón producen monstruos.
(Columna publicada el 17 de agosto de 2004.)
Realmente, las interrogantes que impone la inteligencia artificial nos parecen hoy en día poca cosa en comparaciones con las interrogantes que impone la realidad artificial. Por eso es que Phillip K. Dick nos parece mucho más actual que Asimov.
Pero pasando eso por alto, I, Robot puede complacer a más de un amante de la ciencia–ficción. Yo en lo particular soy un amante del género, y espero cada nueva película de sci–fi con la anticipación con la cuál un niño espera la ubre de su nana. Incluso me tomé la molestia de ver la otra vez por la tele esa película tan deplorable, el Episodio II de Star Wars. Malísima. Pero allí me tenían viéndola.
Para representar al policía encargado de descubrir la dilatada conspiración de robots que amenaza a la humanidad, se contrató al siempre versátil y funcional Will Smith, que cumple sin gloria un papel que ciertamente le hubiese calzado mejor a otros actores, quizá a Denzel Washington, si moreno lo querían. Como ya dije, Will Smith es siempre versátil y siempre funcional, pero aquí nos da la impresión de que está haciendo algo que ya sabe hacer, es decir que está repitiendo, que está –oportuna expresión– robotizando su actuación.
La trama del filme, inspirado en el libro de Asimov, es particularmente sugerente. Convivimos con los robots pacíficamente, todos en la tierra felices porque los robots son nuestros mandaderos infalibles. Pero un día adviene un suicidio dudoso. Se ha suicidado el científico máximo de la robótica, el mismo que ha creado las Tres Leyes, regulaciones que relegan a los robots a un plano inferior al de los humanos. En realidad no se ha suicidado: fue asesinado. A partir de allí, la historia no hace más que confirmar esa frase de Goya que dice que los sueños de la razón producen monstruos.
(Columna publicada el 17 de agosto de 2004.)
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