Los soñadores

El italiano Bertolucci (si el nombre le suena borroso, quizá pueda recordar en cambio aquella sonada película, El último emperador) presentó el año pasado su filme Los soñadores. Con este largometraje, el renombrado autor vuelve a acercarnos a los convexos estados del erotismo, a esa intriga permanente que es el sexo, como ya lo hiciera en El último tango en Paris.

La trama de Los soñadores se desarrolla en el Paris convulso del año ´68, ya saben, cuando Francia y otras partes del mundo desplegaron una majestuosa crisis de conciencia, y el CPU de la civilización se derritió inexorablemente sobre las ruinas de un ya demasiado viejo y permanente statu quo: estudiantes locos por las calles, detrás de automóviles puestos al revés y barricadas, y el poder uniformado contraatacando con todo el ominoso esplendor de su fuerza bruta.

Un estudiante americano, Matthew, se encuentra en esta circunstancia con dos hermanos gemelos, envueltos en un raro idilio incestuoso. A partir de allí, la película nos ofrece una historia más bien asimétrica, pero quizá en el fondo mucho más inteligente de lo que parece. No contaré aquí los detalles de la misma, pero sí comentaré que el filme me dejó pensando en las relaciones tectónicas que se dan entre el sexo y toda genuina revolución. Sexo y revolución son como esos hermanos gemelos de la película: inseparables, devotos el uno al otro, explosivos como una molotov en la mano de un adolescente incendiario. Si al sexo le quitamos la revolución, se transforma en un gesto mecánico y seco. Si a la revolución le quitamos el sexo, entonces nos quedamos con un nuevo esquema de poder.

¿Qué papel juega Matthew, el americano, en esta mancuerna? Yo diría que Matthew es el voyeurista activo que todo lo mira y todo lo toca, el testigo curioso y creativo, la conciencia espectadora, a su modo representa el cine mismo. En el cine –en el arte en general– caben revolución y sexo sin problema, es cierto. Pero el problema con el artista es que siempre estará –por mucho que participe, por mucho que se interrelacione, por mucho que opine y se involucre– más del lado del observador que de lo observado. El precio de la belleza será siempre la nostalgia.


(Columna publicada el 12 de octubre de 2004.)

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Como periodista, trabaja actualmente para los diarios locales El Siglo XXI y El Periódico, en donde desde el 2002 escribe una columna semanal (Buscando a Syd), y donde también trabajó durante varios años en la sección cultural. Asimismo mantuvo columnas permanentes de opinión de cine y literatura en los diarios El Quetzalteco y La República, y ha colaborado en diversas revistas, fanzines y publicaciones del medio.
 
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