Inacabable
Mortalmente aburrida. La noche de los Oscares. Inacabable. Cilíndrica. Esférica. Circular. Una serpiente mordiéndose la propia cola. Duró épocas. Siglos.
Este año, los organizadores le apostaron más que nunca al hastío. En un teatro pequeño, sin resonancias, se llevó a cabo una nueva edición de los premios de la academia, y el haber elegido a Chris Rock como presentador no determinó profundamente el curso de la noche (me gustó que Sean Penn lo desafiara y corrigiera). Sus bromas eran como aquellas mismas bromas que solía realizar hace una década, o dos, y además la traductora de canal 11 no es que no entendiera el idioma inglés: es que no entendía nada de nada.
Jaime Foxx se llevó estatuilla a mejor actor, lo cuál es justo y previsible. Me hubiese gustado que se la dieran a Johnny Depp, por supuesto, nominado una vez más este año (me lo pude imaginar saludando en el escenario a su viejo amigo muerto, Hunter S. Thompson), pero en toda honestidad Foxx desempeñó mejor, por su actuación en la cinta Ray. No que Depp carezca de talento; lo tiene. Simplemente, no era su momento. Lo mismo Leonardo Di Caprio. Hilary Swank se llevó el premio a mejor actriz por Million Dollar Baby, una película que no me llama totalmente la atención, a pesar de haber sido filmada por Clint Eastwood, a quién respeto, y quién por cierto se llevó la estatuilla como mejor director y otra más por mejor película, arrebatándoselas ambas a Scorsese. Parece emocionante –Scorsese, Clint Eastwood…– pero la verdad no lo fue tanto.
¿Qué más? Mar adentro –prodigiosa película de Amenabar– puso el premio a mejor película extranjera del lado de España. Fue lo único en verdad meritorio, emocionante de la velada. Esa película es genial.
Las incursiones musicales de la noche me hicieron vomitar durante una semana seguida, las de Beyoncé, pero especialmente la de Antonio Banderas y Santana, que tocaba su decrépita guitarra con los mismos pases de siempre, un poco como Chris Rock y sus bromas. Los Counting Crows dieron un performance correcto, pero me dio la impresión que tocaron en el lugar equivocado, y que el escenario les quedó demasiado grande o solemne.
(Columna publicada el 8 de marzo de 2005.)
Este año, los organizadores le apostaron más que nunca al hastío. En un teatro pequeño, sin resonancias, se llevó a cabo una nueva edición de los premios de la academia, y el haber elegido a Chris Rock como presentador no determinó profundamente el curso de la noche (me gustó que Sean Penn lo desafiara y corrigiera). Sus bromas eran como aquellas mismas bromas que solía realizar hace una década, o dos, y además la traductora de canal 11 no es que no entendiera el idioma inglés: es que no entendía nada de nada.
Jaime Foxx se llevó estatuilla a mejor actor, lo cuál es justo y previsible. Me hubiese gustado que se la dieran a Johnny Depp, por supuesto, nominado una vez más este año (me lo pude imaginar saludando en el escenario a su viejo amigo muerto, Hunter S. Thompson), pero en toda honestidad Foxx desempeñó mejor, por su actuación en la cinta Ray. No que Depp carezca de talento; lo tiene. Simplemente, no era su momento. Lo mismo Leonardo Di Caprio. Hilary Swank se llevó el premio a mejor actriz por Million Dollar Baby, una película que no me llama totalmente la atención, a pesar de haber sido filmada por Clint Eastwood, a quién respeto, y quién por cierto se llevó la estatuilla como mejor director y otra más por mejor película, arrebatándoselas ambas a Scorsese. Parece emocionante –Scorsese, Clint Eastwood…– pero la verdad no lo fue tanto.
¿Qué más? Mar adentro –prodigiosa película de Amenabar– puso el premio a mejor película extranjera del lado de España. Fue lo único en verdad meritorio, emocionante de la velada. Esa película es genial.
Las incursiones musicales de la noche me hicieron vomitar durante una semana seguida, las de Beyoncé, pero especialmente la de Antonio Banderas y Santana, que tocaba su decrépita guitarra con los mismos pases de siempre, un poco como Chris Rock y sus bromas. Los Counting Crows dieron un performance correcto, pero me dio la impresión que tocaron en el lugar equivocado, y que el escenario les quedó demasiado grande o solemne.
(Columna publicada el 8 de marzo de 2005.)
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