Exigencias clásicas
Con alguna frecuencia malsana, las personas prefieren esperar a que una película haga aparición en la televisión, antes que ir a verla al cine. Si de todas maneras la van a pasar por la tele, además gratis…, así es como piensan.
Por supuesto, no están pensando. El acto de ver un filme es un procedimiento y un protocolo: la etiqueta no está solamente reservada para la mesa y el intercambio social. Pero decir etiqueta es no acertar: yo hablaría directamente de una ética, de una ética del cine, de ir al cine, de ver el cine. Es algo que entendí gracias, muchas gracias, a mis amigos cineastas.
En principio el cine hay que verlo en pantalla grande, para eso fue hecho. El cine NO es la televisión. No precisa ser superdotado para entender que la experiencia audiovisual y la experiencia estética del cine (porque ir al cine es una experiencia estética en sí, autónoma incluso respecto de la película exhibida) es bastante superior al escenario mezquino de la televisión.
Otra exigencia entre los cinéfilos es la fidelidad de las copias. Para un cinéfilo, ver una película cuya copia está en mal estado es más feo que estar metido en medio de los plomazos. Existen copias que ya casi no existen, que son casi pergaminos.
Una tercera exigencia es que reine el silencio. Y si no el silencio, el respeto. Y si no el respeto, el humor, pero el humor de los expertos en cine, que no tendrá nada que ver con el humor más o menos ignorante de los vulgares. Así como hay una ética del cine, a la vez podemos hablar de un sentido del humor de la gente que ama el cine. Un humor pavoneado, iniciático y con muchas referencias. Es un placer para un novicio como yo escuchar a dos o más espectadores profesionales cuando intercambian impresiones y conocimientos.
La cuarta exigencia: cuidado con el doblaje, a menos que el doblaje agregue algo a la experiencia cinematográfica, generalmente humor involuntario. Luis Aceituno me hablaba de lo divertido que le resultó una película del Santo doblada al francés.
La quinta exigencia es tener una opinión putamente decente sobre una película.
(Columna publicada el 3 de enero de 2004.)
Por supuesto, no están pensando. El acto de ver un filme es un procedimiento y un protocolo: la etiqueta no está solamente reservada para la mesa y el intercambio social. Pero decir etiqueta es no acertar: yo hablaría directamente de una ética, de una ética del cine, de ir al cine, de ver el cine. Es algo que entendí gracias, muchas gracias, a mis amigos cineastas.
En principio el cine hay que verlo en pantalla grande, para eso fue hecho. El cine NO es la televisión. No precisa ser superdotado para entender que la experiencia audiovisual y la experiencia estética del cine (porque ir al cine es una experiencia estética en sí, autónoma incluso respecto de la película exhibida) es bastante superior al escenario mezquino de la televisión.
Otra exigencia entre los cinéfilos es la fidelidad de las copias. Para un cinéfilo, ver una película cuya copia está en mal estado es más feo que estar metido en medio de los plomazos. Existen copias que ya casi no existen, que son casi pergaminos.
Una tercera exigencia es que reine el silencio. Y si no el silencio, el respeto. Y si no el respeto, el humor, pero el humor de los expertos en cine, que no tendrá nada que ver con el humor más o menos ignorante de los vulgares. Así como hay una ética del cine, a la vez podemos hablar de un sentido del humor de la gente que ama el cine. Un humor pavoneado, iniciático y con muchas referencias. Es un placer para un novicio como yo escuchar a dos o más espectadores profesionales cuando intercambian impresiones y conocimientos.
La cuarta exigencia: cuidado con el doblaje, a menos que el doblaje agregue algo a la experiencia cinematográfica, generalmente humor involuntario. Luis Aceituno me hablaba de lo divertido que le resultó una película del Santo doblada al francés.
La quinta exigencia es tener una opinión putamente decente sobre una película.
(Columna publicada el 3 de enero de 2004.)
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