Cine en Guatemala
Es evidente que apenas podemos hablar de un aprendizaje, de una toma de conciencia, de una rabia de expósitos. Se habló mucho de todo el estallido cinematográfico reciente, pero una cultura cinematográfica es el resultado de miles y millones de millas de celuloide, una continuidad milimétrica, paciente, filatélica, desilusiones enormes y hallazgos incontrolables. Para cubrir al mamut hace falta mucha piel audiovisual. Me lo decía Rafa Rosal en una ocasión: “En Guatemala no habrá cine sino hasta el siglo XXI”. Es cierto, es escandaloso.
Porque convengamos: no se puede hablar, vamos, de cine en el siglo XX, solamente a causa de unas pocas incursiones esporádicas... Estaríamos mitificando, no construyendo el mito.
Por supuesto, no es obvio que se vaya a dar una cinematografía local en el siglo XXI tampoco. A menos, en principio, que los gentiles empiecen a soltar pisto locamente, y los adolescentes locamente no quieran ser gentiles, sino cineastas. Historias propias no faltan. En los subsuelos, en cada resquicio y en cada grieta de la amadísima república encontraremos una trama conjurada. O dos. Pero de nada sirve una idea si no existe el dote y el voluntariado. Organizar el equipo de una película es como organizar un regimiento, y en el caso preciso de Guatemala, una guerrilla. Tengo en la mira a unas gentes que pueden llegar a formular, si se comprometen, con una visión y una ambición, cine. No descarto que pueda suceder; no descarto que los adolescentes cuyo trabajo hoy nos parece solamente interesante mañana se vuelvan auténticos artistas, porque ciertamente no será la primera vez en la historia que algo semejante sucede. Lo hemos confirmado incluso en casos desahuciados. Personas que nos parecían sencillamente torpes, copiadores a ultranza, a fuerza de mimetizar terminan encontrándose, por ejemplo. El mundo empezó con un gran accidente, recordemos.
(Columna publicada el 10 de enero de 2004.)
Porque convengamos: no se puede hablar, vamos, de cine en el siglo XX, solamente a causa de unas pocas incursiones esporádicas... Estaríamos mitificando, no construyendo el mito.
Por supuesto, no es obvio que se vaya a dar una cinematografía local en el siglo XXI tampoco. A menos, en principio, que los gentiles empiecen a soltar pisto locamente, y los adolescentes locamente no quieran ser gentiles, sino cineastas. Historias propias no faltan. En los subsuelos, en cada resquicio y en cada grieta de la amadísima república encontraremos una trama conjurada. O dos. Pero de nada sirve una idea si no existe el dote y el voluntariado. Organizar el equipo de una película es como organizar un regimiento, y en el caso preciso de Guatemala, una guerrilla. Tengo en la mira a unas gentes que pueden llegar a formular, si se comprometen, con una visión y una ambición, cine. No descarto que pueda suceder; no descarto que los adolescentes cuyo trabajo hoy nos parece solamente interesante mañana se vuelvan auténticos artistas, porque ciertamente no será la primera vez en la historia que algo semejante sucede. Lo hemos confirmado incluso en casos desahuciados. Personas que nos parecían sencillamente torpes, copiadores a ultranza, a fuerza de mimetizar terminan encontrándose, por ejemplo. El mundo empezó con un gran accidente, recordemos.
(Columna publicada el 10 de enero de 2004.)
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