Escribiendo guiones
La primera verdad insustituible que debe tomar en cuenta un escritor de guiones cinematográficos es que un guión no es literatura. No debe pertenecer en absoluto al reino de la palabra, sino al del lenguaje audiovisual. Incluso los diálogos, cuando pretenden hacer poesía, pueden fracasar y correctamente fracasan en una película, salvo en contadas excepciones (Tarkovski, una de ellas). Cuando funcionan es porque son diálogos que el director establece como un elemento raro o insólito dentro de la dinámica general del filme, es decir y otra vez: una excepción a la regla.
No tiene por lo tanto sentido embellecer el resultado, sino convocar una trama disponible y eficaz. ¿Cómo voy a introducir entonces, se pregunta el primerizo, la belleza en mi guión? Mi primera, más honesta respuesta, y aquí solamente especulo, es que al redactor de guiones no le corresponde establecer belleza, sino ser un humilde servidor, un mediador. Le corresponde tener una intuición fuerte, y no apegarse a ella, sino cederla como una estafeta cruda al director, que sabrá esculpirla y sublimarla. Es decir que el ejercicio de redacción de guiones es un ejercicio de confianza y de fe.
No soy un escritor de guiones, hasta la fecha no me ha interesado escribirlos (salvo alguna cosilla insignificante) pero me permito escribir sobre el asunto como a veces me permito escribir sobre política, sobre Indonesia, sobre literatura: cosas de las que nada sé. Pero mi autoridad es la imaginación; es la autoridad de todo escritor, ya sea de ficción, de ensayos, ya sea de guiones.
Es cierto: el guionista deberá tener mucha imaginación. El escritor de guiones es aquel que menos puede copiar la realidad. Toma de ella una chispa genésica, inicial, y el resto lo constituye por cuenta propia. No es un artista mimético. Es un artista que debe estar conciente de una manera enfermiza de la estructura de la historia, esto es: un artista de las relaciones. Y las relaciones, como lo han enseñado los filósofos, son mentales y subjetivas. Sentiré siempre simpatía por el escritor de guiones; gracias a él he amado otra cosa aparte de la literatura, el cine.
(Columna publicada el 22 de noviembre de 2003.)
No tiene por lo tanto sentido embellecer el resultado, sino convocar una trama disponible y eficaz. ¿Cómo voy a introducir entonces, se pregunta el primerizo, la belleza en mi guión? Mi primera, más honesta respuesta, y aquí solamente especulo, es que al redactor de guiones no le corresponde establecer belleza, sino ser un humilde servidor, un mediador. Le corresponde tener una intuición fuerte, y no apegarse a ella, sino cederla como una estafeta cruda al director, que sabrá esculpirla y sublimarla. Es decir que el ejercicio de redacción de guiones es un ejercicio de confianza y de fe.
No soy un escritor de guiones, hasta la fecha no me ha interesado escribirlos (salvo alguna cosilla insignificante) pero me permito escribir sobre el asunto como a veces me permito escribir sobre política, sobre Indonesia, sobre literatura: cosas de las que nada sé. Pero mi autoridad es la imaginación; es la autoridad de todo escritor, ya sea de ficción, de ensayos, ya sea de guiones.
Es cierto: el guionista deberá tener mucha imaginación. El escritor de guiones es aquel que menos puede copiar la realidad. Toma de ella una chispa genésica, inicial, y el resto lo constituye por cuenta propia. No es un artista mimético. Es un artista que debe estar conciente de una manera enfermiza de la estructura de la historia, esto es: un artista de las relaciones. Y las relaciones, como lo han enseñado los filósofos, son mentales y subjetivas. Sentiré siempre simpatía por el escritor de guiones; gracias a él he amado otra cosa aparte de la literatura, el cine.
(Columna publicada el 22 de noviembre de 2003.)
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