Diez años sin Fellini
Hay personas que son como espías provenientes de una película de Fellini, incluidos en la realidad pero simplemente raros y fellinianos. Me los encuentro todo el tiempo. Talvez hay una especie de gruta conectora entre las películas de Fellini y la realidad, y los personajes, buenos mercenarios, a veces están aquí, a veces allá, pero siempre son los mismos hombres y mujeres raros y fellinianos.
Es lo que hacen los genios; determinar arquetipos nuevos y poderosos, sin los cuáles después ya no podríamos orientarnos en el mundo. Fellini nos regaló todas esas posibilidades porque tuvo la decencia de ser un hombre libre y utilizó la hiperestesia personal como un pasaporte a las más extrañas visiones. Insisto en ello: la libertad es la capacidad del hombre de aceptar y difundir la extrañeza del mundo.
Últimamente he hecho un esfuerzo sobrehumano por ser una persona normal, pero lo cierto es que sigo pensando que todo es una caricatura; único sentimiento honesto que he tenido en vida. Adoro las caricaturas de Fellini. Adoro esas matronas exageradas arrastrando carne y superávit de absurdo y abundante sexo. ¿Quién nos ha mostrado mejor que Fellini las complejidades risibles del sexo, por Dios, la locura del sexo, por Dios, la banalidad prodigiosamente oscura de la promiscuidad?
Al ver las películas de Fellini, a veces pienso que las dirigía todas desde el diván psicoanalítico. No es un comentario muy original. Y pensándolo bien, no tengo idea de cómo Fellini hacía sus películas; entiendo que su método, para un espectador que se encuentra afuera de la mente de este estrambótico director, puede resultar incoherente o desordenado; incluso una improvisación. Pero no, nada de improvisación. Un nervio estético, una intuición que no tropieza. Es posible que no muchos lo sepan: el final de 8 1/2 fue establecido en el acto; la película tenía previsto otro final. Toda esa masa de actores puestos juntos de pronto, articulando uno de los momentos más apoteósicos del cine. Es Fellini quien habla: “Es absolutamente imposible improvisar. Hacer una película es una operación matemática. Es como enviar un misil a la luna.”
(Columna publicada el 29 de noviembre de 2003.)
Es lo que hacen los genios; determinar arquetipos nuevos y poderosos, sin los cuáles después ya no podríamos orientarnos en el mundo. Fellini nos regaló todas esas posibilidades porque tuvo la decencia de ser un hombre libre y utilizó la hiperestesia personal como un pasaporte a las más extrañas visiones. Insisto en ello: la libertad es la capacidad del hombre de aceptar y difundir la extrañeza del mundo.
Últimamente he hecho un esfuerzo sobrehumano por ser una persona normal, pero lo cierto es que sigo pensando que todo es una caricatura; único sentimiento honesto que he tenido en vida. Adoro las caricaturas de Fellini. Adoro esas matronas exageradas arrastrando carne y superávit de absurdo y abundante sexo. ¿Quién nos ha mostrado mejor que Fellini las complejidades risibles del sexo, por Dios, la locura del sexo, por Dios, la banalidad prodigiosamente oscura de la promiscuidad?
Al ver las películas de Fellini, a veces pienso que las dirigía todas desde el diván psicoanalítico. No es un comentario muy original. Y pensándolo bien, no tengo idea de cómo Fellini hacía sus películas; entiendo que su método, para un espectador que se encuentra afuera de la mente de este estrambótico director, puede resultar incoherente o desordenado; incluso una improvisación. Pero no, nada de improvisación. Un nervio estético, una intuición que no tropieza. Es posible que no muchos lo sepan: el final de 8 1/2 fue establecido en el acto; la película tenía previsto otro final. Toda esa masa de actores puestos juntos de pronto, articulando uno de los momentos más apoteósicos del cine. Es Fellini quien habla: “Es absolutamente imposible improvisar. Hacer una película es una operación matemática. Es como enviar un misil a la luna.”
(Columna publicada el 29 de noviembre de 2003.)
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