Enfrente (I)
Estuve involucrado en el proyecto de La Casa de Enfrente, financiado por los noruegos. Este filme me rindió una experiencia distinta y divertida; el trabajo del escritor no es exactamente un trabajo de escritorio, en el sentido horrendo de la expresión, pero sí al fin eso: una silla, una computadora, una taza de café. En cambio, una película… Digno de vivirlo. Por supuesto, un proyecto modesto, pero uno se daba la idea. Ahora sé que me gustaría volver a actuar, aunque sé también que soy un actor endeble; no tengo libertad. Actuar es estar libre de uno mismo. Es fácil escribir con los propios complejos, el mejor escritor es el escritor acomplejado, pero actuar requiere autoconfianza, yo no la tengo.
¿Cómo es posible, siendo así de tímido, que me involucrase en este proyecto? Bueno, en principio aquel era un buen momento para mí, un momento de fortaleza interior y arrojo. Además, tenía vacaciones. Necesitaba el dinero. Ahora que lo pienso, agradezco haberlo hecho, porque fue en la mitad del rodaje cuando me di cuenta que ya no quería ser un asalariado sino vivir como un artista y un escritor profesional. La película me prestó la ilusión, y ahora la estoy viviendo.
Creo que me escogieron como parte del elenco porque les interesaba la ingenuidad y llaneza automática que yo podía infundir en el personaje, dado que no tenía ningún control sobre el personaje, ninguna formación actoral para intervenirlo. Prefirieron quizá, no lo sé de cierto, mi falta de contundencia (perfecta por demás para el rol) al sobretono cojeante de muchos actores de teatro.
En todo caso, me tocó trocar el papel de testigo dominante en la retaguardia, como escritor, por el de actor expuesto, enfrente. Le recomendaría la experiencia a cualquier tímido crónico. No es que yo sea menos tímido ahora, pero ya estuve delante de la cámara (y en una secuencia completamente desnudo) lo cual me dice al menos que tuve el valor de hacerlo. Cómo es tan fácil despreciar a un actor, pero otra cosa actuar. Hoy juzgo con menos prisa a los que, como yo, no son enormes. Es lo que cristianamente llaman, si no estoy equivocado, humildad.
(Columna publicada el 8 de noviembre de 2003.)
¿Cómo es posible, siendo así de tímido, que me involucrase en este proyecto? Bueno, en principio aquel era un buen momento para mí, un momento de fortaleza interior y arrojo. Además, tenía vacaciones. Necesitaba el dinero. Ahora que lo pienso, agradezco haberlo hecho, porque fue en la mitad del rodaje cuando me di cuenta que ya no quería ser un asalariado sino vivir como un artista y un escritor profesional. La película me prestó la ilusión, y ahora la estoy viviendo.
Creo que me escogieron como parte del elenco porque les interesaba la ingenuidad y llaneza automática que yo podía infundir en el personaje, dado que no tenía ningún control sobre el personaje, ninguna formación actoral para intervenirlo. Prefirieron quizá, no lo sé de cierto, mi falta de contundencia (perfecta por demás para el rol) al sobretono cojeante de muchos actores de teatro.
En todo caso, me tocó trocar el papel de testigo dominante en la retaguardia, como escritor, por el de actor expuesto, enfrente. Le recomendaría la experiencia a cualquier tímido crónico. No es que yo sea menos tímido ahora, pero ya estuve delante de la cámara (y en una secuencia completamente desnudo) lo cual me dice al menos que tuve el valor de hacerlo. Cómo es tan fácil despreciar a un actor, pero otra cosa actuar. Hoy juzgo con menos prisa a los que, como yo, no son enormes. Es lo que cristianamente llaman, si no estoy equivocado, humildad.
(Columna publicada el 8 de noviembre de 2003.)
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