Elephant, de Gus Van Sant (II)
De la arrogancia estadounidense no tiene toda la culpa el ciudadano de los Estados Unidos, que simplemente es lo que es: un ciudadano de los Estados Unidos, es decir un estafado profesional, un estafado histórico. Ahora bien, me parece que la estafa es un estado que acelera las conciencias. Es por ello que los Estados Unidos es un país que produce genios como moscas.
Gus Van Sant es un ciudadano genial que solamente pudo haber nacido en los Estados Unidos, diríamos. Posiblemente es mi director favorito, aún si no estoy dispuesto a perdonarle del todo (ni yo ni muchos) dos películas que no son malas, pero que sobre todo no son brillantes: Good Will Hunting, Saving Forrester. Los genios son producto de la estafa pero no deben ellos a su vez estafarnos. Visto desde otro sitio, son dos películas, éstas, que muestran tino mercantil, sentido de la sobrevivencia. Bajo este entendido, se nos hace más fácil entender su rol en la filmografía de Van Sant, y unirlas a otros títulos alucinantes como Drugstore Cowboy, My own private Idaho, o su última y virtuosa Elephant.
No me extraña que ésta última no figure en ninguna lista de reconocimiento social: ni los Golden Globe Awards, así como tampoco estará en los Oscar (los Óscar son la Estafa Usual y Arquetípica). Ganó el Cannes, eso sí, pero el Cannes es otra historia.
Vamos entrando en la película. El tópico es la matanza minuciosa que ocurrió en Columbine, un colegio en Colorado, en donde dos adolescentes mataron a doce de sus compañeros y un maestro. La condición de la muerte planificada es un ideal, es cualquier ideal asumido, aunque ese ideal sea el terror. Pero aquí la muerte ya no necesita de ninguna condición ideológica: no se mata por un ideal: se mata por un vacío. Lo de las torres gemelas era un mensaje en una botella en forma de avión. Un gesto de afirmación. Pero la matanza de los colegios no afirma nada, salvo la nada. La botella ya no lleva mensaje.
(Columna publicada el 14 de febrero de 2004.)
Gus Van Sant es un ciudadano genial que solamente pudo haber nacido en los Estados Unidos, diríamos. Posiblemente es mi director favorito, aún si no estoy dispuesto a perdonarle del todo (ni yo ni muchos) dos películas que no son malas, pero que sobre todo no son brillantes: Good Will Hunting, Saving Forrester. Los genios son producto de la estafa pero no deben ellos a su vez estafarnos. Visto desde otro sitio, son dos películas, éstas, que muestran tino mercantil, sentido de la sobrevivencia. Bajo este entendido, se nos hace más fácil entender su rol en la filmografía de Van Sant, y unirlas a otros títulos alucinantes como Drugstore Cowboy, My own private Idaho, o su última y virtuosa Elephant.
No me extraña que ésta última no figure en ninguna lista de reconocimiento social: ni los Golden Globe Awards, así como tampoco estará en los Oscar (los Óscar son la Estafa Usual y Arquetípica). Ganó el Cannes, eso sí, pero el Cannes es otra historia.
Vamos entrando en la película. El tópico es la matanza minuciosa que ocurrió en Columbine, un colegio en Colorado, en donde dos adolescentes mataron a doce de sus compañeros y un maestro. La condición de la muerte planificada es un ideal, es cualquier ideal asumido, aunque ese ideal sea el terror. Pero aquí la muerte ya no necesita de ninguna condición ideológica: no se mata por un ideal: se mata por un vacío. Lo de las torres gemelas era un mensaje en una botella en forma de avión. Un gesto de afirmación. Pero la matanza de los colegios no afirma nada, salvo la nada. La botella ya no lleva mensaje.
(Columna publicada el 14 de febrero de 2004.)
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