Donde acaban los caminos
Mario Monteforte Toledo abultó una obra literaria extensa, que refleja su vida larga pero sobre todo refleja su vida lúcida, una vida que la mayoría de los primates no sabrían ni siquiera envidiar.
No se limitó a escribir literatura. Redactó un corpus intelectual aún no bien conocido o extenuado, que gravita hacia el pensamiento político y la sociología, y hacia el arte. Además se dedicó a la docencia, a la esgrima, Presidente del Congreso, etc.
No voy a escribir ahora mismo su biografía, que seguramente otros sabrán publicitar mejor. El mismo Monteforte redactó un trayecto cronológico de su existencia, aunque es cierto que nos falló con sus memorias. Debió escribirlas unos veinte años antes, por seguridad. Pero esto que digo tampoco tiene sentido, pues como se ha dicho un bebé ya tiene edad suficiente para morir.
Para no incurrir en verdades porcinas, mejor voy directamente al grano: don Mario, además de hacer todo lo que hizo, se tomó el tiempo de garantizarse otro capricho, una película que está basada en su novela Donde acaban los caminos, que a la vez está basada en su vida personal.
La película demandó una inversión considerable y don Mario gestionó. Nueve décadas y todavía en esos trotes. Quién sabe si eso lo acabó matando, pero en todo caso la película está hecha, y esperamos ansiosamente su estreno este año. Un día, me llevó en su automóvil a una locación del filme, cerca de La Antigua, y yo temí por mi vida. Nueve décadas y todavía conduciendo.
Monteforte estuvo muy cerca de todo el proceso del largometraje, y marcó sus pautas con exigencia y según me han contado sin concesiones. Hizo repetir, contra todo sano juicio, varias escenas. En un principio dijo que no se iba a meter en el rodaje, y por supuesto se metió. Un hombre como él se ha ganado todos los derechos. Esperamos que su muerte no vaya dañar el proceso de posproducción y demás.
La cabeza de don Mario era un orfeón volcánico de proyectos, de ideas que había a toda costa que realizar y jamás diferir. La película no es sino otra muestra de su existencia superior.
(Columna publicada el 13 de septiembre de 2003.)
No se limitó a escribir literatura. Redactó un corpus intelectual aún no bien conocido o extenuado, que gravita hacia el pensamiento político y la sociología, y hacia el arte. Además se dedicó a la docencia, a la esgrima, Presidente del Congreso, etc.
No voy a escribir ahora mismo su biografía, que seguramente otros sabrán publicitar mejor. El mismo Monteforte redactó un trayecto cronológico de su existencia, aunque es cierto que nos falló con sus memorias. Debió escribirlas unos veinte años antes, por seguridad. Pero esto que digo tampoco tiene sentido, pues como se ha dicho un bebé ya tiene edad suficiente para morir.
Para no incurrir en verdades porcinas, mejor voy directamente al grano: don Mario, además de hacer todo lo que hizo, se tomó el tiempo de garantizarse otro capricho, una película que está basada en su novela Donde acaban los caminos, que a la vez está basada en su vida personal.
La película demandó una inversión considerable y don Mario gestionó. Nueve décadas y todavía en esos trotes. Quién sabe si eso lo acabó matando, pero en todo caso la película está hecha, y esperamos ansiosamente su estreno este año. Un día, me llevó en su automóvil a una locación del filme, cerca de La Antigua, y yo temí por mi vida. Nueve décadas y todavía conduciendo.
Monteforte estuvo muy cerca de todo el proceso del largometraje, y marcó sus pautas con exigencia y según me han contado sin concesiones. Hizo repetir, contra todo sano juicio, varias escenas. En un principio dijo que no se iba a meter en el rodaje, y por supuesto se metió. Un hombre como él se ha ganado todos los derechos. Esperamos que su muerte no vaya dañar el proceso de posproducción y demás.
La cabeza de don Mario era un orfeón volcánico de proyectos, de ideas que había a toda costa que realizar y jamás diferir. La película no es sino otra muestra de su existencia superior.
(Columna publicada el 13 de septiembre de 2003.)
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