T3
He ido a ver Terminator 3. He advertido cosas.
Terminator 1 hubiese podido convertirse muy fácilmente en un clásico de la ciencia ficción, como Blade Runner, pero fue traicionado por las secuelas, y yo diría por la espalda, como un personaje de Shakespeare. (¿Qué dirá James Cameron al respecto?)
Lo que en la primera parte de la trilogía era un equipo tecnológico sofisticado para matar gente y espantar al espectador, en la tercera se ha vuelto ya una franca caricatura.
Schwarzenegger está desesperado por que alce vuelo su carrera política, fílmica o vital.
Como bien me dijo mi pareja, después de la persecución de Matrix 2 ninguna otra persecución tiene sentido, no importando cuánto dinero gasten en la misma. El terminator representado por Arnold está viejo. Matrix es como el T–X: más perfecto, más bonito, más sofisticado. En la película gana el modelo viejo, pero en la vida real otros gallos cantan.
El futuro ya no es como era antes. Transcurren doce años entre una película y su secuela, pero doce años es como decir una era. El niño que se exaltó con T2 comiendo poporopos hoy está metido en un rehab center. El ritmo apremia (más vale seguir el ejemplo de Harry Potter, o El señor de los anillos).
Matrix mantuvo una suerte de ping–pong filosófico, una cierta decencia especulativa al preguntarse sobre los límites entre realidad y fantasía. T3 debió competir, debió acentuar ciertas preguntas.
Lo interesante del terminator era su manera de apegarse a un sentido único, a un propósito impostergable, paciente y necesario. Si el terminator puede experimentar la contradicción, entonces es un simple humano. Pero simples humanos los hay por doquier.
Dijo un reseñista de Le Monde que Terminator 3 parece un remake de Terminator 2.
Terminator 3 no acarrea consigo un happy end, lo cual podría hacernos happy a todos, pero sabemos que termina mal porque no termina aún, viene en camino un Terminator 4, y talvez un 7 y un 12 y talvez un 124.
Visto desde la perspectiva de la ironía involuntaria, Terminator 3 es un éxito.
(Columna publicada el 9 de agosto de 2003.)
Terminator 1 hubiese podido convertirse muy fácilmente en un clásico de la ciencia ficción, como Blade Runner, pero fue traicionado por las secuelas, y yo diría por la espalda, como un personaje de Shakespeare. (¿Qué dirá James Cameron al respecto?)
Lo que en la primera parte de la trilogía era un equipo tecnológico sofisticado para matar gente y espantar al espectador, en la tercera se ha vuelto ya una franca caricatura.
Schwarzenegger está desesperado por que alce vuelo su carrera política, fílmica o vital.
Como bien me dijo mi pareja, después de la persecución de Matrix 2 ninguna otra persecución tiene sentido, no importando cuánto dinero gasten en la misma. El terminator representado por Arnold está viejo. Matrix es como el T–X: más perfecto, más bonito, más sofisticado. En la película gana el modelo viejo, pero en la vida real otros gallos cantan.
El futuro ya no es como era antes. Transcurren doce años entre una película y su secuela, pero doce años es como decir una era. El niño que se exaltó con T2 comiendo poporopos hoy está metido en un rehab center. El ritmo apremia (más vale seguir el ejemplo de Harry Potter, o El señor de los anillos).
Matrix mantuvo una suerte de ping–pong filosófico, una cierta decencia especulativa al preguntarse sobre los límites entre realidad y fantasía. T3 debió competir, debió acentuar ciertas preguntas.
Lo interesante del terminator era su manera de apegarse a un sentido único, a un propósito impostergable, paciente y necesario. Si el terminator puede experimentar la contradicción, entonces es un simple humano. Pero simples humanos los hay por doquier.
Dijo un reseñista de Le Monde que Terminator 3 parece un remake de Terminator 2.
Terminator 3 no acarrea consigo un happy end, lo cual podría hacernos happy a todos, pero sabemos que termina mal porque no termina aún, viene en camino un Terminator 4, y talvez un 7 y un 12 y talvez un 124.
Visto desde la perspectiva de la ironía involuntaria, Terminator 3 es un éxito.
(Columna publicada el 9 de agosto de 2003.)
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