Enlace mortal
Enlace mortal nos trae de vuelta a Colin Farell, la cara grata del momento, aunque por encima de eso un actor eficaz, un actor preciso, bastante expresivo. Quién sabe, talvez en un futuro el chico irlandés nos sorprenda con roles incluso notables: es cuestión solamente de que lo coloquen (o se coloque) en las condiciones adecuadas. Últimamente le han dado una serie de papeles más o menos significativos, aunque no cruciales (lo hemos visto en películas como El discípulo, junto a Al Pacino, asímismo en Daredevil, y en Minority Report). Son papeles importantes, pero son papeles que entramparán su carrera a no ser que la realce y la lleve en su momento a otra altura. ¿Sabrá dar el giro?
Enlace Mortal es un filme abusivo, casi experimental, porque su locación exclusiva y principalísima es una cabina telefónica. La idea corresponde más bien a un short film. Lo interesante, atractivo y radical es que hicieran cabalmente con la misma un largometraje –corto, es verdad, apenas 120 minutos, pero largometraje al fin.
¿Cómo es que el guión obliga al personaje a quedarse durante tanto tiempo y durante tanta trama en una cabina telefónica? Un francotirador (Kiefer Sutherland, cuyo rostro sólo vemos al final, y borroso) tiene la mira puesta todo el tiempo en un joven relacionista público. El relacionista se encuentra en la cabina telefónica, y no puede salir pues si lo hace el francotirador le pega un tiro. Está, como se dice, en jaque. Ambos personajes se comunican todo el tiempo por el teléfono, con lo cual la película es sobre todo una conversación, un intercambio verbal que mantiene expectante la atención del espectador.
Podríamos pensar que el francotirador es una suerte de Dios paciente y encolerizado: omnipresente a los ojos del espectador, omnipotente (decide la vida y la muerte de las personas), moral in extremis (su intención es hacer que el relacionista se arrepienta de engañar a su mujer). Opuesta a la ley divina, se encuentra la ley del hombre, representada por un policía perceptivo y con problemas maritales (Forest Whitaker). Si bien en apariencia gana la ley del hombre, es en realidad la ley divina la que se impone. Ya lo verá el espectador.
(Columna publicada el 2 de agosto de 2003.)
Enlace Mortal es un filme abusivo, casi experimental, porque su locación exclusiva y principalísima es una cabina telefónica. La idea corresponde más bien a un short film. Lo interesante, atractivo y radical es que hicieran cabalmente con la misma un largometraje –corto, es verdad, apenas 120 minutos, pero largometraje al fin.
¿Cómo es que el guión obliga al personaje a quedarse durante tanto tiempo y durante tanta trama en una cabina telefónica? Un francotirador (Kiefer Sutherland, cuyo rostro sólo vemos al final, y borroso) tiene la mira puesta todo el tiempo en un joven relacionista público. El relacionista se encuentra en la cabina telefónica, y no puede salir pues si lo hace el francotirador le pega un tiro. Está, como se dice, en jaque. Ambos personajes se comunican todo el tiempo por el teléfono, con lo cual la película es sobre todo una conversación, un intercambio verbal que mantiene expectante la atención del espectador.
Podríamos pensar que el francotirador es una suerte de Dios paciente y encolerizado: omnipresente a los ojos del espectador, omnipotente (decide la vida y la muerte de las personas), moral in extremis (su intención es hacer que el relacionista se arrepienta de engañar a su mujer). Opuesta a la ley divina, se encuentra la ley del hombre, representada por un policía perceptivo y con problemas maritales (Forest Whitaker). Si bien en apariencia gana la ley del hombre, es en realidad la ley divina la que se impone. Ya lo verá el espectador.
(Columna publicada el 2 de agosto de 2003.)
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