El pianista
No tiene importancia reseñar esta película tarde ya, pues simplemente es un clásico. Y aún quizá la película definitiva sobre la Solución Final. Es de Polanski.
Quizá su rotundidad se deba –esto podrá resultar insoportable a oídos de algunos– al personaje mismo escogido para ejemplificar la tragedia judía: el pianista polaco Wladyslaw Szpilman. Es decir se debe a que se ha elegido como absoluto portavoz de esta experiencia colectiva, entre todos los seres humanos, a un artista, y eso es lo insoportable.
El arte recibe e informa el sufrimiento, es cierto, pero el arte sólo se lleva a cabo bajo ciertas condiciones de seguridad y de civilización, esto es: mientras el sufrimiento lo permita. El sufrimiento, en su estado más espectacular, es el sufrimiento biológico, y la forma física más decidida del sufrimiento es la violencia. No se puede discurrir realmente sobre Wittgenstein, por decir cualquier cosa, en medio de una balacera. El arte, no por ser necesidad dejar de ser superávit, lujo.
Esta es la tragedia de un hombre que absorbe de cerca la violencia nazi, siendo un pianista. Nada más primordial y más inútil que un pianista. Esa doble condición, esa condición totalizante del personaje elegido es lo que lo hace único delante de su experiencia. Se encuentra de hecho a años luz de poder tocar su instrumento –colmo de los colmos de los colmos: su intrumento es un piano (en realidad, los judíos más bien nos dejaron buenos violinistas: eran instrumentos transportables, en medio del éxodo).
Dije antes que es una película genial sobre la Solución Final, pero en rigor no lo es; no trata sobre los campos de concentración, sino apenas de cómo un hombre escapa al campo de concentración (o a la muerte llana). Y cabalmente, si su escape es tan infernal, podemos fácilmente extrapolar lo otro, el exterminio, como un mudo cataclismo de la historia. El cine es sobre todo lo que está más allá de su encuadre: imaginación.
Sucesivas y cerradas cápsulas de desesperación, de intolerable condición humana, van hilando la película. Cuando las películas tratan de frente el dilema de la supervivencia, la narración no puede sino continuarse por medio de perímetros definidos de sufrimiento. Polanski mismo vivió la aventura.
(Columna publicada el 26 de julio de 2003.)
Quizá su rotundidad se deba –esto podrá resultar insoportable a oídos de algunos– al personaje mismo escogido para ejemplificar la tragedia judía: el pianista polaco Wladyslaw Szpilman. Es decir se debe a que se ha elegido como absoluto portavoz de esta experiencia colectiva, entre todos los seres humanos, a un artista, y eso es lo insoportable.
El arte recibe e informa el sufrimiento, es cierto, pero el arte sólo se lleva a cabo bajo ciertas condiciones de seguridad y de civilización, esto es: mientras el sufrimiento lo permita. El sufrimiento, en su estado más espectacular, es el sufrimiento biológico, y la forma física más decidida del sufrimiento es la violencia. No se puede discurrir realmente sobre Wittgenstein, por decir cualquier cosa, en medio de una balacera. El arte, no por ser necesidad dejar de ser superávit, lujo.
Esta es la tragedia de un hombre que absorbe de cerca la violencia nazi, siendo un pianista. Nada más primordial y más inútil que un pianista. Esa doble condición, esa condición totalizante del personaje elegido es lo que lo hace único delante de su experiencia. Se encuentra de hecho a años luz de poder tocar su instrumento –colmo de los colmos de los colmos: su intrumento es un piano (en realidad, los judíos más bien nos dejaron buenos violinistas: eran instrumentos transportables, en medio del éxodo).
Dije antes que es una película genial sobre la Solución Final, pero en rigor no lo es; no trata sobre los campos de concentración, sino apenas de cómo un hombre escapa al campo de concentración (o a la muerte llana). Y cabalmente, si su escape es tan infernal, podemos fácilmente extrapolar lo otro, el exterminio, como un mudo cataclismo de la historia. El cine es sobre todo lo que está más allá de su encuadre: imaginación.
Sucesivas y cerradas cápsulas de desesperación, de intolerable condición humana, van hilando la película. Cuando las películas tratan de frente el dilema de la supervivencia, la narración no puede sino continuarse por medio de perímetros definidos de sufrimiento. Polanski mismo vivió la aventura.
(Columna publicada el 26 de julio de 2003.)
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