El discípulo
La CIA ha sido un pintoresco y reincidente personaje en un resto de thrillers políticos, aunque es un personaje que carece hasta la fecha de una película en verdad propia, y por ello no ha pasado de ser secundario. Una atmósfera, un necesario matiz en un montón de argumentos, más nada. Oliver Stone ya debería haberla invitado a circular por la alfombra roja, lo cierto, por medio de un filme ambicioso y enteramente suyo que la catapulte a la fama. La CIA podría ser un género cinematográfico por sí misma, y de hecho, en la vida real, lo es.
A lo mejor es un pastel que nadie quiere hornear, que es prohibido hornear.
El discípulo (The recruit) es lo que más se parece a una película sobre la CIA. El resultado, pobre. Con Al Pacino y Colin Farell (Minority Report), pretende acercarse al fenómeno de la CIA, pero de una manera tangencial. No es la historia de uno o varios agentes de la CIA, sino de uno o varios aspirantes a agentes de la CIA. No es la historia de estos agentes cuando confluyen en operativos internacionales de márgenes atómicos, sino el enredo casero entre dos espías y un instructor.
La película nunca desarrolla un peligro, una situación en donde todo puede reventar en un segundo. De hecho, la película es bastante aburrida, y es bastante aburrida porque el guión es bastante aburrido. No deberían contratar a Pacino si no van a empujarlo a sus límites actorales más sugerentes, los que tiene menos aprendidos.
Lo que pudo haber sido una historia rotunda de espías de doble o triple fondo, es decir un mosaico magistral de máscaras, aquí se queda en mero atisbo de secretividad y engaño. Para eso, conviene mejor prender la tele y ver la Femme Nikita, que transmite harto mejor la complejidad emocional de un espía elidido en emociones y frialdades. Como cine, en El discípulo sólo se pretende la eficacia, y en ningún momento la belleza, y el resultado, por lo tanto, no es bello, y por tanto no es eficaz.
Quizá lo único apreciable de El discípulo es que el espectador saldrá con una remota idea de lo que puede ser el entrenamiento para un cachorro de la CIA, pero incluso todo eso puede ser ciencia-ficción. O sea que nada.
(2 de junio de 2003)
A lo mejor es un pastel que nadie quiere hornear, que es prohibido hornear.
El discípulo (The recruit) es lo que más se parece a una película sobre la CIA. El resultado, pobre. Con Al Pacino y Colin Farell (Minority Report), pretende acercarse al fenómeno de la CIA, pero de una manera tangencial. No es la historia de uno o varios agentes de la CIA, sino de uno o varios aspirantes a agentes de la CIA. No es la historia de estos agentes cuando confluyen en operativos internacionales de márgenes atómicos, sino el enredo casero entre dos espías y un instructor.
La película nunca desarrolla un peligro, una situación en donde todo puede reventar en un segundo. De hecho, la película es bastante aburrida, y es bastante aburrida porque el guión es bastante aburrido. No deberían contratar a Pacino si no van a empujarlo a sus límites actorales más sugerentes, los que tiene menos aprendidos.
Lo que pudo haber sido una historia rotunda de espías de doble o triple fondo, es decir un mosaico magistral de máscaras, aquí se queda en mero atisbo de secretividad y engaño. Para eso, conviene mejor prender la tele y ver la Femme Nikita, que transmite harto mejor la complejidad emocional de un espía elidido en emociones y frialdades. Como cine, en El discípulo sólo se pretende la eficacia, y en ningún momento la belleza, y el resultado, por lo tanto, no es bello, y por tanto no es eficaz.
Quizá lo único apreciable de El discípulo es que el espectador saldrá con una remota idea de lo que puede ser el entrenamiento para un cachorro de la CIA, pero incluso todo eso puede ser ciencia-ficción. O sea que nada.
(2 de junio de 2003)
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